[TESTIMONIAL]
Recuerdo muy bien la primera vez
que leí el Maha Mantra. Estaba escrito en el borde de un estíquer redondo de
color amarillo que mostraba una multitud de siluetas en una aparente danza. El
estíquer en cuestión estaba a su vez pegado en el vidrio de la puerta de un
pequeño local -una picada, en un pequeño centro comercial que vende comida
vegetariana a una gran cantidad de personas que trabajan en el barrio: Hare
Krishna (Un gusto superior).
Más o menos un año después
de eso me encontraba por primera vez en mi vida participando activamente de una
comunidad religiosa; glorificando con una profunda y sincera emoción a un Dios
cuya presencia se me reflejaba a cada momento en todo lo que me rodeaba; y
dentro de mí, al cantar su Santo Nombre.
Más o menos dos años después
de eso había aprendido a doblar una extensa tela para formar un dhoti, y tenía
en mi pieza una imagen de este Dios-pastor eternamente alegre, en cuyo hombro
descansa con delicadeza su gopi preferida, mientras ambos me miran sonriendo, a
ratos a mí y a ratos a los vegetales que puse a sus pies, cuando estoy
escribiendo estas líneas.
La versión corta a este preámbulo
es que fue en gran parte el prasadam lo que me trajo hasta aquí (y sé bien que
en esto no soy el único). Y es por eso que fue para mí algo tan especial
cocinar para todos ustedes. Fue algo así como completar un ciclo.
Si bien me gusta cocinar -y
disfruto como el primer día cada manjar de la tradición védica- soy bastante más
“occidental” en mis preparaciones; más que nada por falta de tiempo para
entrenarme en las preparaciones del templo. Es por esto que pasé gran parte del
día cuchillo en mano lavando, pelando y
picando las frutas y verduras. Por cierto que este movimiento monótono y
concentrado me sirvió para meditar profundamente en Krishna, y en las diversas
situaciones que me lentamente me llevaron hasta él contra toda probabilidad (¡y
pensar que hay quienes las atribuyen a pura casualidad!), y en ello me sentí
satisfecho: ese día a través de mis manos y las de las devotas y devotos que
tanto amor pusimos en esa cocina durante todo el día; hubo gente que llegó allí
sin saber mucho de qué significa todo esto, y quiero pensar que esa gente probó
a través de nuestra cocina un poco del amor inmenso que Krishna nos ofrece, más
un poco del amor pequeño que cada devota y devoto quiere entregar a la
humanidad y, que en ese amor, podría querer volver. Tal y como me pasó a mí,
hace tan poco que sólo pareciera haber sido ayer.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjn0vxkIgA4YnZPd0BpTrqeGSZagczQFQ6E56utor6Lc9pO_ZT8Kchk1YEGQlHge-aIzwxfAphBuChyphenhyphenPnHHC9sbk34z2PBsno0EcDbk1F2JAvbYhbFXU4oqoCNB22bA7k64vJPC-n7fWnU/s200/097.JPG)
Bhakta Daniel Áthurel.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzjYBwUjhk9nfxv3nwZ5vbOXHAv-An2N-nfYDUFhK7dvE_2ITPTwJZL7si7-bXYTU34eWprJ9kFHwZIH3dfcbD7jy-ZsGgaatDZIgd1ecZvhM22ORKLB35BEBm4yl9QGY8jdWY1bZSoDg/s200/2365800.png)
Más o menos un año después
de eso me encontraba por primera vez en mi vida participando activamente de una
comunidad religiosa; glorificando con una profunda y sincera emoción a un Dios
cuya presencia se me reflejaba a cada momento en todo lo que me rodeaba; y
dentro de mí, al cantar su Santo Nombre.
Más o menos dos años después
de eso había aprendido a doblar una extensa tela para formar un dhoti, y tenía
en mi pieza una imagen de este Dios-pastor eternamente alegre, en cuyo hombro
descansa con delicadeza su gopi preferida, mientras ambos me miran sonriendo, a
ratos a mí y a ratos a los vegetales que puse a sus pies, cuando estoy
escribiendo estas líneas.
La versión corta a este preámbulo
es que fue en gran parte el prasadam lo que me trajo hasta aquí (y sé bien que
en esto no soy el único). Y es por eso que fue para mí algo tan especial
cocinar para todos ustedes. Fue algo así como completar un ciclo.
Bhakta Daniel Áthurel.
0 comentarios:
Publicar un comentario